No sé mucho de música, lo reconozco. Más bien poco, si es que se puede saber algo. Eso sí, pese a mis reconocidas limitaciones (sólo sé de Evaristo y sus diferentes conjuntos y, si acaso, de Barricada, S.A., Eskorbuto, Extremoduro, Marea y pocos más: recordar para verlo las listas de los 30 mejores discos de BEORLEGUI¨N ROCK), pese a ello confieso que, de momento, no me ha ido mal la feria. Que no me está yendo mal. Que más bien al contrario, me ha ido y me va bien, habiendo tenido hasta la fecha la oportunidad de aportar mis impresiones –que no conocimientos, insisto-, las sensaciones que en mí produce y ha producido la música en unos cuántos medios: Eguzki Irratia -en diferentes épocas entre 1984 y 1996, en programas ya propios, ya no, siempre con música de fondo-, El Tubo (publicación en la que me dieron la alternativa en lo que a escribir de cara al público se refiere, donde permanecí de 1994 a 2000), Gara (diario en el que colaboré entre 2001 y 2003), El Bolo Feroz (guía de ocio en la que idem de idem entre 2001 y 2009) y Axular, Diario de Noticias, medios en los que llevo desde 1998 y 2004, respectivamente... o Nabarra y Rock Estatal, revista ésta última en la que ya he debutado, entrevistando a Calaña. ¿Que la feria no ha terminado aún, apuntaba? Y lo que te escribiré, morena… Y es que, con la que está cayendo, estoy seguro además de me queda no mucha, sino muchísima feria por delante, aunque también confesaré que con 67 años… no me veo ¡qué sé yo!, rodeado de raperos malencarados, escribiendo críticas de los Encuentros de Jóvenes Artistas o en el Hatortxurock… ¡36! En su trigésima sexta edición libreta en mano. Eso sí, confío en que para cuando toque dicha edición, en 2035, por prescripción tiempos atrás de las causas que en 1999 provocaron la puesta en marcha del Festival, no haga falta hacerlo ya…
No sé mucho de música en general –que decía-, “y ahora se da cuenta”, que pensará alguno. No sé nada realmente, esto es lo que hay y así lo digo. Y el que diga lo contrario, que “sabe de música”, sea del gremio de los críticos o comentaristas musicales o no, miente. Falta a la verdad como un bellaco; así las cosas, llegados a este punto, ¿por qué digo esto con semejante rotundidad? Porque más allá de teorías y definiciones asépticas, la música, intangible en sí misma, es un arte; la música, producto –a mi juicio- de combinar sonidos, sentimientos (importante matiz, al menos cuando en cualquiera de sus acepciones está de por medio la música popular) y tiempo. Un arte, no una ciencia: y como tal sólo se puede sentir. Saber no, saborearla sí. Disfrutar de sus encantos. Sentir las sensaciones que nos causa… en el corazón principalmente. Así la entiendo yo: y es que, según creo, una persona puede saber de matemáticas, mas no de música; por mucho que sepa incluso de teoría musical, siendo ésta la razón de que a unos les guste una música y a otros no, de que, partiendo de un mismo punto de partida, unos grupos triunfen y otros no o de que, incluso tocando una misma canción dos bandas, versioneándola una de ellas, el que la recree triunfe y su autor no…. O viceversa, que de todo hay en la viña del señor.
Bueno, y si no sé de música, ¿por qué escribo de música? ¿Deseos de satisfacer el ego? ¿De catequizar o proclamar mi verdad? Para nada; si en su día opté por ello fue por dos razones, porque pronto caí en la cuenta de que me gustaba un tipo de música (igual que a alguien le puede gustar un cuadro aunque no sepa de pintura) y porque, en mis años de radio en Eguzki Irratia, descubrí que más que hablar me gustaba escribir. Además, para escribir de cualquier asunto de raigambre artística y emocional (de teatro o incluso de deportes asimismo), sólo es necesario lo siguiente, que te guste escribir; ¿por qué creéis que el periodismo musical y el deportivo suele ser vocacional? En fin. Bueno, vayamos terminando la presente reflexión, que ya ha estado bien para ser lunes de Pascua.
No sé mucho de música en general –que decía-, “y ahora se da cuenta”, que pensará alguno. No sé nada realmente, esto es lo que hay y así lo digo. Y el que diga lo contrario, que “sabe de música”, sea del gremio de los críticos o comentaristas musicales o no, miente. Falta a la verdad como un bellaco; así las cosas, llegados a este punto, ¿por qué digo esto con semejante rotundidad? Porque más allá de teorías y definiciones asépticas, la música, intangible en sí misma, es un arte; la música, producto –a mi juicio- de combinar sonidos, sentimientos (importante matiz, al menos cuando en cualquiera de sus acepciones está de por medio la música popular) y tiempo. Un arte, no una ciencia: y como tal sólo se puede sentir. Saber no, saborearla sí. Disfrutar de sus encantos. Sentir las sensaciones que nos causa… en el corazón principalmente. Así la entiendo yo: y es que, según creo, una persona puede saber de matemáticas, mas no de música; por mucho que sepa incluso de teoría musical, siendo ésta la razón de que a unos les guste una música y a otros no, de que, partiendo de un mismo punto de partida, unos grupos triunfen y otros no o de que, incluso tocando una misma canción dos bandas, versioneándola una de ellas, el que la recree triunfe y su autor no…. O viceversa, que de todo hay en la viña del señor.
Bueno, y si no sé de música, ¿por qué escribo de música? ¿Deseos de satisfacer el ego? ¿De catequizar o proclamar mi verdad? Para nada; si en su día opté por ello fue por dos razones, porque pronto caí en la cuenta de que me gustaba un tipo de música (igual que a alguien le puede gustar un cuadro aunque no sepa de pintura) y porque, en mis años de radio en Eguzki Irratia, descubrí que más que hablar me gustaba escribir. Además, para escribir de cualquier asunto de raigambre artística y emocional (de teatro o incluso de deportes asimismo), sólo es necesario lo siguiente, que te guste escribir; ¿por qué creéis que el periodismo musical y el deportivo suele ser vocacional? En fin. Bueno, vayamos terminando la presente reflexión, que ya ha estado bien para ser lunes de Pascua.
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