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23/12/10

CUENTO DE NAVIDAD, POR GENTILEZA DEL PILOTO SUICIDA






Érase una vez una capital chiquita y apañada en la que antiguamente, a finales del siglo pasado, joer qué bien se estaba; echada a faltar cuando salíamos fuera, ramplona y decadente en la actualidad, en ella, por obras y gracia del Consistorio, ya no pasaba nada. Ni parecía que fuese a volver a hacerlo, hasta que un buen día, a finales de diciembre, en medio de una nevada la cosa pareció cambiar: cosa de una espesa humareda que, procedente de la zona del Ayuntamiento, en un primer momento dio al Piloto que pensar…

A una con la caída de la tarde, en medio de la nevada, iba el Suicida en su coche circunvalando la ciudad cuando vio por vez primera la humera, una columna de humo en toda regla que, resaltando sobre el blanco iluminado por los haces naranjas de las farolas, apuntando al cielo directamente, lucía espectacular: “humo, si parece humo”, pensó el Piloto para sí. “Porque un tornado no puede ser”, continuó dándole vueltas al asunto. “No, ni hace aire ni está el tiempo revuelto; únicamente nieva. Además, en caso de que lo fuera, su espiral iría hacia abajo, y eso, lo que quiera que sea, está yendo hacia arriba”. Con el fin de cerciorarse y saciar su curiosidad detuvo el coche en un alto, lo orilló cuanto pudo al arcén (sí, así está bien dicho, no existe el verbo “aorillar”) y, bajando la ventanilla (al contrario que lo que hubiese hecho cualquiera en su lugar, hay que ver, siempre llevando la contraria, siempre en la dirección prohibida), tras bajar el cristal en un primer momento y bajarse él del coche en un segundo, se dispuso a respirar para salir de dudas. Sí, aquello era humo, como había supuesto. Lo único que le extrañó fue su olor, aquel olorcillo característico y familiar. Un olor que pronto pasó a un segundo plano ante el nuevo espectáculo que descubrieron sus ojos: ¡una segunda columna emergiendo junto a la primera! ¿Estaría ardiendo también la Catedral? ¡Y otra haciéndolo de donde el Gobierno Civil! ¡Y otra desde las inmediaciones del Parlamento! Y muchas más irrumpiendo y rompiendo el blanco manto, perfectamente visibles, levantándose desde donde la Audiencia, las diferentes iglesias del casco viejo o el Gobierno militar. “Joer qué cosa, si parece que se está quemando todo; ¿Habrá estallado la revolución y no me habré enterado?” –se preguntó el Piloto entre incrédulo y esperanzado-; lo único el olor, aquel persistente olorcillo que, no desagradable precisamente, amenazaba con anegarlo todo… “En fin, vayamos pa´ allá pa´ salir de dudas”, se dijo al tiempo que tras subir al coche y ponerlo en marcha, haciendo sonar el claxon y esbozando una gran sonrisa, feliz cual Nerón tocando la lira mientras Roma ardía, iba hacia la capital…

Navidad, Navidad, dulce Navidad… Qué pena. Qué desilusión. Y qué humera, sí, pero su gozo en un pozo. Era diciembre, y como por fin, tras varios meses de veranillo de San Martín, el día había salido frío, los castañeros estaban a pleno rendimiento, dando vida con sus artilugios asadores de castañas a esas tan típicas y habituales estampas invernales. Asando castañas y, villancico viene villancico va, llenando de humo la ciudad, negro sobre blanco. Qué pena, la revolución. Qué lástima. Otra vez será.

(EXTRAÍDO DE CUENTOS DE ENFERMOS PARA ENFERMOS, NUEVO PROYECTO EN MARCHA DE J. ÓSCAR BEORLEGUI / EL PILOTO SUICIDA)


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