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6/1/16

criticARTE ENERO: BARÓN ROJO

Marcando territorio

Concierto de Barón Rojo


Fecha: martes, 5 de enero
Lugar: Sala Tótem, Atarrabia.
Intérpretes: Barón Rojo, formación actualmente integrada por Armando de Castro a la guitarra, a las voces y a los coros, Carlos de Castro, a la guitarra y a la voz, Óscar Cuenca, al bajo, y Rafa Díaz, a la batería. Como teloneros abrieron noche Voltaje.
Incidencias: actuación enmarcada en la gira del 35º aniversario de la fundación del grupo, 2 horas y ¼ de duración, bises incluidos; público de media de edad alta que cantó y disfrutó de la velada.

Barón Rojo voló nuevamente sobre Iruñerria la víspera de Reyes, manteniendo la altura y regalando los comandados por los hermanos De Castro un memorable concierto a sus incondicionales: brindando a los cientos de seguidores que se dieron cita en Tótem una velada sin turbulencias, buenísimo hacer, entrega y pundonor a espuertas. Una noche mágica en la que los sueños de todos, disfrutar de los imperecederos éxitos del grupo, se hicieron realidad.
La música arrancó con el rock & roll garitero y con voz propia de Voltaje, herederos de la marca Jonny Walltrash que sin complejos, totalmente echados hacia delante, derrocharon pasión a la hora de plasmar los temas de su primer CD, La mano cornuda.
Finalmente, sobre las 23.00 horas, llegó el momento por todos esperado: la comparecencia de los actuales Barón Rojo, grupo que, con las cuerdas de acero de Armando y las cuerdas vocales de Carlos por bandera, lo dio todo… Y más. En continuo y progresivo increscendo y en el sentido literal de la expresión, echándose los dos el grupo a sus espaldas y dando la cara cual amos y señores desde el primer minuto: tanto durante la ejecución de los temas menos agradecidos, los primeros en sonar (imprescindible peaje a pagar para disfrutar de los verdaderamente imprescindibles: he aquí una de las tónicas de los conciertos del grupo) como en los más. Demostrando ambos que, con independencia de que donde hubo fuego tal vez actualmente solo queden rescoldos, ambos son unos consumados maestros a la hora de mantener encendida la llama. Las brasas, perfectamente avivadas una noche más con sus fuelles con forma de guitarras. Esas brasas que, como sus afiladas y afinadas hachas, nunca han llegado a apagarse, cobrando fuerza escenario a escenario noche a noche. Ciudad a ciudad.
Siendo esto así, tras el esperado e imprescindible proceso de descarte –en el sentido de comenzar soltando sobre el tapete naipes secundarios de la baraja- el cuarteto pronto comenzó a mostrar Reyes y Ases, marcando y remarcando con autoridad terreno y territorio sin dejarse ninguno en la manga: Chica de la ciudad, Campo de concentración, Hermano del rock & roll (himno generacional, declaración de principios y presentación de credenciales dedicado al recientemente fallecido Lemmy, de Motörhead), Hijos de Caín, Con botas sucias… Hasta desembocar en Los rockeros van al infierno, iniciático, insuperable y nunca superado hit con el que muchos, recién salidos de la infancia, comprendimos pronto la situación: que nuestro ‘rollo’ era el rock, albergando su interpretación un trabajado medley con diferentes guiños a temas como Los desertores del rock o Casi me mato.

A continuación, tras un primer abandono de escenario, la banda regresó con más rabia e ímpetu si cabe, descerrajando sin concesiones Incomunicación, Concierto para ellos y Siempre estás allí, para volver a marcharse y a regresar sobre sus pasos a ritmo más trepidante aún, hits como Son como hormigas y Larga vida al rock & roll mediante, quedando el respetable plenamente satisfecho. Como reyes en su noche, digámoslo claramente: en la de los ‘barones’… Toda una demostración de predicamento y poderío el suyo, nada que objetar.

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