Pura agua de mayo
Concierto de Dikers
Fecha: viernes, 20 de abril.
Lugar: El Bafle, Iruñea.
Intérpretes: Dikers, trío integrado por Iker, a las
guitarras y a las voces, Ubaldo, al bajo y a los coros, y Sergio, a la batería
y a los samplers.
Incidencias: presentación de Casi nunca llueve, nuevo CD de la banda. Hora y ½ de duración,
bises aparte. Entrada muy buena, público de ambos sexos, joven y entregado.
Esperado –a priori- y recibido como agua de
mayo, los seminales Dikers presentaron en Iruñea su sexto CD, trabajo que no
está dejando indiferente a nadie: ni a los medios especializados ni a su
público potencial, representado dicho día por cerca de centenar y medio de
personas que, lo nunca visto hasta ahora por el firmante de estas líneas, en
ningún momento dejaron ni de botar ni de cantar.
Pura y eléctrica energía sin concesiones, la
tormenta desatada por Iker y sus nuevos compañeros, cantando como nunca el
primero y perfectamente integrados en el engranaje los segundos, arrancó con
dos de los temas de estreno, Absurda
realidad y Dos pasos, ricos, como
cuantos sonaron a lo largo de la velada, en sonoridad genuina y explosivamente
guiri. Dinamitando, y cómo, la sala –más allá que únicamente el escenario-, a continuación encontraron su
espacio dos temas de Carrusel, su
anterior CD, sonando acto seguido otro gran tema nuevo con vocación de hit, Como un circo ambulante. A continuación
la velada efectuó distintas paradas en anteriores estaciones, como Dale gas (Si tú te vas, Mi sucio
corazón), Se escribe sin C (Nadie, Sigo en pie) o
incluso en la que fuera el punto de partida del proyecto, A qué esperamos, recuperando su primer tema, No me importa: canción que, plenamente vigente desde el prisma
lírico y musical, con la recta final en lontananza, precedió a Corazón de trapo, incandescente single
de Casi nunca llueve: temazo que,
como la práctica totalidad de cuantos fueron ofrecidos, hizo gala de algo que
tanto echamos en falta en buena parte de las actuales formaciones: producción,
sello propio y sorprendentes arreglos, dando a entender que en Dikers nada se
repite, logrando mantener de este modo en constante estado de alerta y
excitación a los presentes: a un público que, verdaderamente joven (eufemismos
aparte), derrochando efusión, se las cantó todas, llevándose en el último tramo
la palma el himno de estreno Lo que queda
atrás, el recordado Dale gas y,
ya en los bises, Tengo un plan y la
referencial versión de Noche de rock
& roll, intensamente plasmada por el trío: sin desmerecer a los
integrantes de anteriores formaciones, por una tripleta de músicos que demostró
contar con las mimbres y boletos necesarios para hacer despegar de una vez por
todas al grupo; para que el mismo, a descubrir por unos y redescubrir por
otros, explote definitivamente.
Con motivo de la puesta de largo de Casi nunca llueve, dándole gas a la
noche como nunca, Dikers no sólo demostraron seguir en pie, sino un paso por
delante, como siempre (pese a estar de facto volviendo a empezar), también
tener un plan. El suyo, hacer de cada noche una noche de rock & roll. Estar
un paso por delante como cuando empezaron su carrera discográfica en 1999,
abriendo caminos musicales para tantos y tantos grupos, algunos de ellos,
plenamente consagrados; haciéndolo, tanto entonces como ahora, de manos de un
aplastante punk rock sugerentemente melódico… y pegadizo en vez de pegajoso, la
principal diferencia entre la apuesta sonora del trío y las de de buena parte
de sus discípulos. Entre la apuesta de una banda que, seis discos y trece años
después ahí sigue, perfectamente comandada por ese precursor que sigue siendo
Iker Piedrafita, lanzada con fe ciega denodadamente al ataque; dejando su
actuación flotando en el ambiente la sensación de que tras una carrera tan
digna, inspirada y honesta como la suya, el reconocimiento con forma de un
éxito mayor debería llegar. Y hacerlo
ya. Seguro que lo veremos.
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